La reciente renuncia de Silvio Durán a la presidencia de la dirección municipal del partido Justicia Social en Santiago de los Caballeros ha desnudado una crisis latente en esta organización política. Este suceso pone en evidencia el resquebrajamiento de una estructura que, desde sus inicios, ha estado marcada por intereses particulares y una falta de visión programática sólida.
Justicia Social nació bajo la sombra del gobierno de Luis Abinader y el Partido Revolucionario Moderno (PRM), conformado en su mayoría por individuos que buscaban posiciones en el Estado o resolver su situación personal. Pocos se unieron con la intención de construir un partido diferente que respondiera a los males sociales de la República Dominicana. Desde el principio, esta organización fue concebida para servir al partido de gobierno, no para ser una fuerza opositora auténtica.
La alianza anunciada en octubre de 2023 entre Justicia Social y el PRM, donde se proclamó a Luis Abinader como candidato presidencial, refuerza la percepción de que la dirigencia de Justicia Social está más interesada en obtener las migajas que el poder les deja caer, que en construir una alternativa política real. Esta alianza, lejos de fortalecer al partido, ha profundizado su crisis interna, evidenciando la falta de mística y futuro en su liderazgo.
La élite dirigente de Justicia Social ha impedido el desarrollo del partido, manteniendo el control en manos de un pequeño grupo que se beneficia de su cercanía al poder. Las denuncias de quienes han abandonado la organización señalan que esta se ha convertido en un feudo de unos pocos, alejándose de las bases y de los principios que deberían guiar a una verdadera fuerza política comprometida con el cambio social.
La crisis de Justicia Social no es un problema coyuntural, sino un mal de origen. Este partido nació enfermo, con un cáncer difícil de curar: la ausencia de una identidad propia y la dependencia absoluta de las dádivas del poder.
Nunca tuvo una verdadera vocación de cambio ni un proyecto político sólido. Su razón de ser ha sido servir de instrumento para un grupo reducido, que hoy se aferra a lo poco que puede exprimir de su relación con el gobierno, mientras las bases se desilusionan y abandonan la estructura.
El desenlace es predecible: Justicia Social seguirá desmoronándose hasta quedar reducido a una cáscara vacía, un cascarón sin sustancia ni futuro. La falta de liderazgo genuino y la incapacidad de generar confianza lo condenan a la irrelevancia.
Lo que estamos viendo no es una crisis temporal, sino el colapso de un experimento fallido que, desde su concepción, estaba destinado a ser una pieza más en el engranaje del oficialismo, nunca un proyecto con vida propia.