Justificar deuda y distraer al país
El sábado pasado, el presidente Luis Abinader anunció con bombos y platillos la retirada del proyecto de ¨modernización fiscal¨ que pretendía recaudar cerca de 120 mil millones de pesos a través de nuevos impuestos. Esta decisión fue celebrada por sectores que, desde su presentación, se oponían a una carga tributaria adicional en medio de un panorama económico ya asfixiante para la población dominicana. Sin embargo, lo que podría parecer un acto de sensibilidad y empatía por parte del mandatario, esconde una estrategia mucho más calculada y preocupante.
Cuatro días después, el Congreso Nacional aprobó tres nuevos préstamos por un total de 625 millones de dólares. Si calculamos a una tasa de cambio de 60 pesos por dólar, estamos hablando de más de 37 mil millones de pesos. Esto se suma a otros endeudamientos recientes y a la constante emisión de bonos soberanos que ha caracterizado la administración de Abinader. Es fácil concluir que, entre estos préstamos, bonos y la recaudación de impuestos indirectos, el gobierno obtendrá mucho más de lo que pretendía con la reforma fiscal retirada. ¿Fue esta una jugada maestra para evitar la confrontación directa con la sociedad mientras se sigue sumergiendo al país en deudas que el pueblo, inevitablemente, terminará pagando?
Desde el inicio, el proyecto de ¨modernización fiscal¨ parecía una propuesta condenada al fracaso. No había consenso político ni social, y la resistencia era palpable. Sin embargo, la administración de Abinader lo lanzó con una campaña que daba la impresión de que la reforma era necesaria y urgente. ¿Qué motivó entonces la decisión de presentar un proyecto que, a todas luces, no tenía futuro?
El contexto político y social ofrece algunas pistas. En ese mismo momento, la crisis con Haití comenzaba a escalar, y la atención de la opinión pública estaba centrada en las protestas del pueblo dominicano, con manifestaciones en la Plaza de la Bandera exigiendo una solución al problema de la migración desmedida de indocumentados desde el vecino país. Al lanzar una reforma fiscal tan polémica, el gobierno logró desviar la atención de este reclamo social, al menos temporalmente, y preparar el terreno para una narrativa que presentaría a Abinader como un líder que escucha a su pueblo y que, ante la presión social, decide retirar una propuesta impopular.
Este tipo de maniobras políticas no son nuevas en la historia dominicana ni en otras naciones. El gobierno, al introducir un tema tan polémico, distrae a la población de los verdaderos problemas y luego, al retirar la medida, pretende quedar como el héroe comprensivo. Mientras tanto, en la sombra, se continúa con las políticas que realmente afectan al país, como el creciente endeudamiento.
El verdadero trasfondo de esta operación es aún más preocupante. El gobierno de Luis Abinader ha seguido la senda del endeudamiento, basando su modelo económico en la constante toma de préstamos internacionales y la emisión de bonos. Estas decisiones no solo hipotecan el futuro del país, sino que también carecen de una planificación clara sobre cómo se van a pagar sin llevar a la población a un colapso económico.
A pesar de las promesas de una gestión austera y responsable, lo cierto es que el gobierno actual ha mostrado pocas obras de relevancia que justifiquen el incremento de la deuda. Las grandes inversiones en infraestructura, salud o educación brillan por su ausencia, y la percepción generalizada es que los recursos se diluyen en gastos corrientes o en proyectos de impacto limitado. Mientras tanto, las políticas fiscales regresivas, como los impuestos indirectos, castigan a las clases más vulnerables, quienes son las que finalmente cargarán con el peso de los préstamos multimillonarios.
La estrategia es clara: el gobierno retira un proyecto fiscal impopular, pero al mismo tiempo sigue engrosando la deuda pública a un ritmo acelerado. El pueblo dominicano, que en su mayoría apenas sobrevive con salarios bajos y empleos informales, será quien cargue con las consecuencias de este ciclo de endeudamiento. Los futuros pagos de intereses y amortización de la deuda vendrán acompañados de más impuestos indirectos, reducción de servicios públicos y ajustes fiscales que siempre terminan golpeando al más pobre.
Luis Abinader intenta proyectarse como un presidente que escucha y responde a las demandas de su gente. Sin embargo, detrás de esa imagen magnánima se esconde un gobierno que, al no tener grandes obras o logros significativos que mostrar, ha optado por la ruta fácil del endeudamiento. En lugar de ofrecer soluciones estructurales a los problemas del país, se ha concentrado en mantener un flujo constante de préstamos que, a corto plazo, mantienen las cuentas del Estado a flote, pero a largo plazo condenan a las futuras generaciones a una pesada carga.
El legado que este gobierno está construyendo no es uno de crecimiento o modernización, sino uno de deuda y desilusión. El show de la reforma fiscal, diseñado para distraer y engañar, es solo una parte de un patrón más amplio de gestión política que carece de una visión clara para el futuro del país. El pueblo dominicano se enfrentará a tiempos aún más difíciles, donde el peso de los errores actuales se sentirá con mayor intensidad.
En lugar de sonrisas de esperanza, el futuro podría traer lágrimas de sangre para un pueblo que, una vez más, verá cómo sus líderes juegan con su destino, hipotecando su bienestar a cambio de una administración que no ha sabido gestionar ni su economía ni sus promesas. El show de la reforma fiscal fue solo el primer acto de una obra más trágica, una en la que el pueblo dominicano tendrá que pagar el precio de la falta de responsabilidad de sus gobernantes.