Buenos días. La cárcel La Victoria no solo es una vergüenza porque enrostra un horrible pasado de torturas y muertes, sino por fungir como una protegida plaza comercial donde se vende y compra de todo. Un gigantesco negocio que naturalmente opera con la complicidad de las autoridades. El fin de semana tanto el Defensor del Pueblo, Pablo Ulloa, como el ex asesor del Gobierno en materia penitenciaria, Roberto Santana Sánchez, volvieron a poner el dedo sobre la llaga al denunciar la impunidad con que operan allí mafias controladas por narcotraficantes y policías. Ulloa reveló que la Victoria y demás cárceles del país funcionan “como laboratorio del delito” y que los reos tienen en estas “todo tipo de negocios”. Roberto Santana fue incisivo en la reiteración de su denuncia de que el comandante de La Victoria se carga “un millón de pesos al día” por facilitar las operaciones mafiosas que ocurren en el penal. Lo triste de estas denuncias es que no despiertan interés real en quienes tienen la obligación de actuar con responsabilidad, con el agravante de que cuando se ha hecho algo, como las incautaciones de armas, drogas, aparatos telefónicos y celulares, antenas para comunicación telefónica, cámaras de vigilancia, mercancías y demás, no ha servido de mucho porque a los pocos días todo vuelve a la posición anterior. A acaso puede más el poder mafioso que la impostergable necesidad de acabar con esa vergüenza? Observemos si la destitución de la coronela María Isabel Gil Morales, quien hasta ayer fuera directora de La Victoria, es tan solo una rutina más…
