
Buenos días. No hay que sorprenderse por la ferviente defensa que el reverendo Nelson Rafael Paulino, cura de Gurabo en Santiago de los Caballeros, asumiera a favor del condenado narcotraficante, diputado Miguel Gutiérrez, a quien una corte de Miami envió a la cárcel por 16 años tras confesarse culpable de introducir a Estados Unidos toneladas de cocaína y otras drogas. La diferencia del caso está en que el indicado cura expresóٗ por escrito sus alabanzas a un hombre, según él, noble, ejemplar, asiduo colaborador de su iglesia y que generosamente extiende su mano a personas necesitadas. Pero no es que haya nada extraordinario en eso porque es el comprtamiento que se nos está haciendo normal y que se manifiesta en barrios y comunidades no solo de República Dominicana, sino de muchas naciones de nuestra América Morena donde reconocidos narcotraficantes se convierten en benefactores admirados y defendidos por personas que reciben sus intencionadas dádivas. No hay que ignorar que aquí en los entierros de delincuentes y narcos se repiten ritos de alabanza que discurren entre disparos al aire, vociferación de consignas, vítores, consunmo de romo, drogas y demás. ¡Y no pasa nada! Tampoco hay que dar la espalda al hecho de que el negocio de las drogas ya es tan común entre nosotros como el de la venta arroz y batata en colmados de barrios, parajes y campos. Todo eso hace entendible que esa práctica cuasi permitida, despierte simpatía y cultive aceptación fundamentalmente entre gente necesitadas y humildes en quienes esos sujetos suelen invertir. De manera que no es mucha la razón para crucificar «al pobre cura de Gurabo…»