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Cuando nos llegan esos amargos momentos… Creciendo Juntos

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El sábado pasado me encontré, en una funeraria de la ciudad de Santiago, con la hija de un viejo amigo.  Estaba muy acongojada y con su mirada triste parecía comunicarme todo su padecimiento. Al preguntarle acerca de lo que le sucedía, me dijo muchas cosas: que se estaba divorciando por razones muy particulares, que no tenía trabajo y que se sentía muy enferma. Le dí un poco de aliento a partir de las orientaciones  que he tenido sobre esos temas, que me han servido en la vida. A propósito, hace unos días me encontré con un importante relato de un excelente periodista, y lo comparrto hoy en este espacio para que sirva de orientación respecto al referido tema.

«Cuando nos llegan esos amargos momentos»

Autor: Víctor Mañana

Todos estamos expuestos a deprimirnos. Todos tenemos altas y bajas. Todos nos sentimos derrotados en algún momento de la vida. Pero todos, absolutamente todos podemos superar los escollos. Todos podemos quebrar la rama que nos oculta el bosque o que nos oculta el Sol y con ello el verdor de la distancia que se aleja para acercarnos a la vida.

Es la existencia una conjunción de cosas buenas y malas. Las malas llegan casi siempre solas, sin que nadie las traiga o las llame, pero las buenas tienen que ser logradas con el trabajo, la inspiración, la dignidad de vivir y contemplar las estrellas para contarlas una a una en la memoria y cantar con el alma y con nostalgia a lo que se fue y no volverá; o para construirles versos y poesías a esos puntitos luminosos que en realidad son llamas de fuego como soles encendidos.

Por eso es vital saber vivir intensamente y sin mirar atrás ni sentir vergüenza de ser auténtico o auténtica en cada paso o cada decisión. Y entonces, todos, absolutamente todos debemos estar preparados para cuando llegan esos momentos, que en realidad son sensaciones de derrota, de tristeza, de frustración, de soledad o de confusión, y son simples sensaciones porque es cuando nace la oportunidad de crecer y de sobreponerse a los avatares propios de ese camino indescifrable en que se convierte a veces el vivir de los mortales. En esta oportunidad, este espacio desea aportar un granito de arena dedicado a los que en estos tiempos sienten temor del futuro que nos depara la vida.

Esta columna se propone en esta ocasión recordar cosas y casos para que nos sirvan de enseñanzas para seguir adelante, con fe en el porvenir, en nuestro trabajo, nuestro esfuerzo, a la felicidad que tienen derecho todos los seres humanos que no han sido marcados para la derrota o simplemente para pasar como estrella fugaz por el firmamento de la existencia y a su paso dejar una estela de luz o una nube de sombra, según sea su ejemplo.

He aquí un verdadero ejemplo de lo que se puede cuando se quiere: Una niña, huérfana por la guerra que desangró una vasta región de Angola, en África, logró salvarse de una matanza contra los habitantes de una pequeña aldea, donde no sólo murieron sus compueblanos y amigos, sino también sus padres y hermanos, sobreviviendo ella sola. Como si su desgracia fuera poca, tiempo después mientras huía de aquel infierno, perdió una de sus piernas por la explosión de una mina, de las tantas que fueron sembradas en la zona por los grupos en conflicto.

Pero, la niña de aquella desgracia es hoy una jovencita que luce rozagante y optimista en un centro para niños y niñas huérfanos a cargo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas, para los Refugiados, y que en un reportaje de la televisión británica pudimos ver a aquellos huerfanitos sonriendo a la vida y llenos de fe como un canto dedicado a la vida y por un mundo mejor, sin guerra ni odios entre los humanos y con la clara decisión de crecer después del dolor y el sufrimiento. Entonces, se puede, sí señor. ¡Siempre se puede!

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