En una tarde otoñal, un ciudadano español que se encontraba en nuestro país, promocionando un banco, me regaló un álbum del cantante Johan Manuel Serrat, con canciones de la autoría del poeta Miguel Hernández. Desde ese momento me interesé por conocer la vida y obra del referido personaje. A Federico Farcía Lorca, lo conozco desde que empecé a leer poemas. Miguel Hernández y García Lorga son dos grandes poetas españoles de gran prestigio internacional, los cuales aportaron a la lucha revolucionaria en su país, a tal grado que fueron condenados a muerte, por un régimen fascista que gobernaba a España en esos tiempos. Por considerarlo de suma importancia, me permito compartir en este espacio sabatino sendas cartas que compartieran Miguel Hernández y García Lorga, un gesto de grandeza humana y profesional.
Carta de Miguel Hernández
a Federico García Lorca
Admirado poeta amigo:
Le escribí hace mucho pidiéndole elogios, aunque ya se los había oído para mi «Perito en lunas». Y aquí me tiene usted esperándolos ─entre otras cosas.
He pensado, ante su silencio, que usted me tomó el pelo a lo andaluz en Murcia ─¿recuerdaaa?─, que para usted fuimos, o fui, lo que recuerdo que nos dijo cuando le preguntamos quién era uno que le saludó. «Ese ─dijo─ uno de los de: ¡adiós!, cuando les vemos». Y luego «me escriben muchas cartas a las que yo no contesto». ¿Puedo estar ofendido contigo?
Perdone. Pero se ha quedado todo; prensa, poetas, amigos, tan silencioso ante mi libro, tan alabado ─no mentirosamente, como dijo─ por usted la tarde murciana, que he maldecido las putas horas y malas en que di a leer un verso a nadie.
Usted sabe muy bien que en este libro mío hay cosas que se superan difícilmente y que es un libro de formas resucitadas, renovadas, que es un primer libro y encierra en sus entrañas más personalidad, más valentía, más cojones ─a pesar de su aire falso de Góngora─ que todos los de casi todos los poetas consagrados, a los que si se les quitara la firma se les confundiría la voz.
Por otra parte, aquí, en mi pueblo ─¡pueblo mío!─, donde el que me grita: Yo te he comprado el libro creyéndolo bueno y me has dado arpillera, yo he leído a Campoamor… ─¡ea!─, decía yo: Ved los periódicos de Madrid pronto, he quedado en ridículo, porque de toda la prensa madrileña, sólo «Informaciones» se desvirgó hablando de mis poemas por el pico de Alfredo Marqueríe, diciendo cuatro burradas. El tío, antes de decir: ¡Qué bueno soy!, dijo: ¡Se ha extraviado el poeta, se ha oscurecido!
Por otra parte, en mi casa soy el cristo de los cinco sampedros: me niegan la mitad del pan; me niegan, padre y madre y sus hijos, como hijo de aquéllos, como hermano de éstos; ,les avergüenza el que haga versos; no quieren darme vestidos nuevos, y hasta a los pantalones viejos que tengo no les quieren poner remiendos, que amordacen rotos proclamadores de nalgas mías. Hoy mismo, hoy, me han escondido la llave del huerto para que no pudiera entrar en él. Y yo he saltado a la torera la tapia, no la valla, y aquí, en este chiquero de abril, aquí, donde ha tenido el suyo Perito en lunas este estío, bajo esta higuera, que dilataban hasta sus pámpanos mi carne de acordeón semejante a una palmera degollada, aquí le escribo esto desesperado, desesperado.
Me alegran las noticias que leo -deprestado- de los triunfos que se suceden. ¡Me alegran! y le envidio.
El otro día he visto en «El Sol» la crítica de un libro de romances. El crítico dice que al pronto resuena la voz suya, pero que sólo a primera vista. Yo, nada más por el ejemplo que pone allí de romance, adivino en ese Félix no sé qué un plagiador casi.
Federico: no quiero que me compadezca; quiero que me comprenda.
Aquí, en mi huerto, en un chiquero, aguardo respuesta feliz suya, y pronto, o respuesta simplemente; aquí, pegado como un cartel a esta tapia, detrás, de la cual viven padres pobres, con tantos hijos y tan poca casa, que, para que los niños no vean los orígenes de su fabricación, el comienzo de sus hermanos, se salen al callejón a reanudarse las noches más empinadas.
Un abrazo.
Miguel Hernández G.
Orihuela, 10 de abril del 1933
Carta de respuesta dirigida a Miguel Hernández por Federico García Lorca.
Mi querido poeta:
No te he olvidado. Pero vivo mucho y la pluma de las cartas se me va de las manos.
Me acuerdo mucho de ti porque sé que sufres con esas gentes puercas que te rodean y me apeno de ver tu fuerza vital y luminosa encerrada en el corral dándose topetazos por las paredes.
Pero así aprendes. Así aprenderás a superarte en ese terrible aprendizaje que te está dando la vida. Tu libro está en el silencio, como todos los primeros libros, como mi primer libro, que tanto encanto y tanta fuerza tenía. Escribe, lee, estudia. ¡LUCHA! No seas vanidoso de tu obra. Tu libro es fuerte, tiene muchas cosas de interés y revela a los buenos ojos“pasión de hombre”, pero no tiene más “cojones”, como tú dices, que los de casi todos los poetas consagrados. Cálmate. Hoy se hace en España la más hermosa poesía de Europa. Pero por otra parte la gente es injusta. No se merece “Perito en Lunas” ese silencio estúpido, no. Merece la atención y el estímulo y el amor de los buenos. Ese lo tienes y lo tendrás porque tienes la sangre de poeta, y hasta cuando en tu carta protestas tienes en medio de cosas brutales (que me gustan) la ternura de tu luminoso y atormentado corazón. (…)
Quisiera que pudieras superarte de la obsesión, de esa obsesión de poeta incomprendido, por otra obsesión más generosa política y poética. Escríbeme. Quiero hablar con algunos amigos para ver si se ocupan de Perito en lunas. Los libros de versos, querido Miguel, caminan muy lentamente. Yo te comprendo perfectamente y te mando un abrazo mío fraternal, lleno de cariño y de camaradería.
Federico
10 de abril de 1933
(Escríbeme.)
T/C. Alcalá, 102.