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2024: a las puertas del infierno climático

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José Luis Lezama

El 2024 en la antesala del infierno

El pasado 9 de enero los científicos del Programa de Observación de la Tierra Copernicus de la Unión Europea, afirmaron que en 2023 la temperatura promedio del planeta alcanzó 1.48 Celsius por encima de los niveles preindustriales. Este es un nuevo récord, 0.17 Celsius superior al del año 2016 que adquirió la dudosa reputación de ser el más caliente hasta ese momento.

Lo ocurrido en 2023, no obstante, posee una relevancia mayor por aspectos adicionales, que dan cuenta de los riesgos en los que ha entrado todo lo que habita el planeta. De esta manera, y de acuerdo a estos expertos, 2023 posee también el récord de haber registrado, todos los días del año, temperaturas promedio de 1 grado Celsius superior a los niveles del periodo 1800-1900. Alrededor de la mitad de los días del año 2023 la temperatura promedio planetaria fue de 1.5 y, durante dos días, llegó a los 2 Celsius superior a las temperaturas existentes desde que empezó el uso masivo de combustibles fósiles, en los inicios de la era industrial.

Tal vez no ocurra nada, pero este incremento en la temperatura promedio, reforzado por la continuación de un súper El Niño en 2024, en combinación con el aumento de los niveles del mar, la continua disminución de los hielos marinos, las más de 20 000 toneladas de bombas lanzadas sobre Gaza al inicio de la guerra, las continuas extracciones de petróleo, que también han alcanzado niveles récord, hace predecir que, este año que apenas arranca, puede ser uno de catástrofes climáticas mayores y, prácticamente, la entrada en una era irreversible de daños al planeta y a los más vulnerables de quienes lo habitan. Hay que añadir el efecto acumulado en el clima planetario de las emisiones, regularmente mantenidas en estado de excepción, de la industria y la actividad militar. Se estima que las emisiones de carbono de la guerra Rusia-Ucrania son equivalentes a las anuales de Bélgica y que, el sector militar mundial, es responsable del 5.5 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.

James Hansen, antiguo científico de la NASA, famoso por haber sido uno de los primeros en advertir sobre los peligros del calentamiento de la Tierra en una audiencia en el Congreso de Estados Unidos en 1988, asegura que el planeta alcanzará el 1.7 Celsius en este 2024. La presencia de un El Niño particularmente severo, reafirmará este proceso de calentamiento para el presente año. Hansen sostiene que a ello contribuyen el derretimiento de los hielos y el aumento en la brecha entre la cantidad de energía solar que absorbe el planeta y la que regresa al espacio exterior.

El fin del mundo ya no conmueve a nadie

Es usual que cuando los expertos en la ciencia climática se dirigen al público, lo hacen para presentar un panorama del clima planetario que cada vez se muestra más sombrío y desolador; tal vez lo hacen así para generar conciencia. La temperatura del planeta parece no cesar en su incremento. Aumentos de décimas o centésimas que parecieran ínfimos, abonan a la idea de que el colapso está próximo, diagnosticándose severos efectos naturales y sociales al punto que harían, eventualmente, inviable la vida.

No obstante, las evidencias que los expertos muestran y el eco que obtienen, no sólo entre los ciudadanos y las organizaciones de la sociedad civil, sino también en diversas esferas gubernamentales, no parecen suficientes para cambiar el rumbo de las cosas, para que los gobiernos tomen las medidas drásticas que la severidad del problema pareciera exigir, o para que los ciudadanos encuentren estrategias y acciones efectivas para presionar a quienes están en condiciones de tomar decisiones. Los propietarios o representantes de los grandes consorcios que comandan la economía mundial no parecen tampoco inmutarse ante toda la parafernalia milenarista que anima al discurso climático.

Dos mundos, dos modos de vivir la crisis climática

Dos mundos parecen convivir en esta ilustrada y fósil modernidad. Uno informado por la ciencia y alentada por discursos del fin del mundo, que se preocupa y angustia ante la posibilidad de la extinción de la vida planetaria, pero que no tiene la voluntad, la capacidad, o los recursos de poder para pasar de la ansiedad a la acción transformadora, sobre todo a las acciones radicales que se requerirían, si en verdad la vida humana y no humana estuviera en peligro real de desaparecer.

Otro mundo es el de aquellos que se benefician del orden económico y político existente, no sólo el del sustentado en el petróleo, sino también el de todos los grandes ganadores del sistema económico vigente. Este es un mundo que no parece mostrar grandes temores por el apocalipsis anunciado, por los efectos de la entrada en la era de la ebullición planetaria, tal y como la definió el secretario general de las Naciones Unidas. Es este un mundo de prósperos negocios, que no ve muchos motivos para cambiarlo por otro, que no solo pudiera ser potencialmente mejor para el resto del mundo sino, incluso, para ellos mismos. El discurso del fin del mundo parece serles irrelevante. Suponen, tal vez, que con algunos maquillajes, cumbres climáticas a modo y manteniendo a la gente inactiva por la ansiedad climática y otras angustias, los negocios seguirán floreciendo y los privilegios continuarán. Mientras tanto, a los no privilegiados, a las mayorías marginadas y sometidas, se les receta el verdadero infierno, que no es necesariamente el climático, sino el de una vida permanentemente precaria, estructuralmente construida para reproducir el orden social que los mantiene en la miseria y que les cancela la esperanza y un verdadero sentido de vida.

Una actitud compulsiva ante la muerte

Si en verdad estuviéramos ante las puertas del infierno climático, pareciera entonces que estamos en presencia de una clase social mundial, la que integra el 1 % de los más ricos, y la de sus representantes gubernamentales, con una seria patología que los conduce compulsivamente a la muerte en la medida que, tanto la crisis ambiental como la crisis de sociedad que vivimos, que resulta de su malsana relación con la naturaleza y con la gente de donde extraen sus riquezas, su poder y sus beneficios, los conduciría necesariamente a su autodestrucción, aunque esto fuera en el largo plazo.

Un orden social, una economía mundial y un sistema político internacional tan enraizado y dependiente del petróleo, no parece asustarse con los pronósticos realistas o alarmistas que circulan en los distintos medios. La fuerza real que mueve al mundo, los factores de poder que nacen de la industria del petróleo, no sólo la energética, y también de la no petrolera, se muestra inmune a los discursos y a los hallazgos científicos que muestran que el colapso se avecina y que los tiempos para tomar decisiones se agotan, o tal vez ya están rebasados.

 

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