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Sumisión de Abinader ante EE.UU:¿Una entrega incondicional?

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El presidente Abinader conduce el Monorriel de Santiago en su etapa de prueba.
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La relación de la República Dominicana con los Estados Unidos ha sido, históricamente, una de dependencia política, económica y hasta militar. Ramón Colombo lo resumió bien al afirmar: “Somos un país incondicionalmente dependiente de los Estados Unidos”. Pero lo que ha ocurrido durante el gobierno de Luis Abinader, con el Partido Revolucionario Moderno (PRM), eleva esta dinámica de sumisión a niveles alarmantes. La visita constante de altos funcionarios estadounidenses, las presiones para alinear la política exterior dominicana a los intereses geoestratégicos de Washington y, particularmente, las señales recientes respecto a la República Popular China (RPCH) dejan claro que la autonomía dominicana está en entredicho. ¿Qué está motivando esta entrega?

Uno de los aspectos más preocupantes de la política exterior dominicana bajo Abinader es la constante presión que Estados Unidos ejerce para que la República Dominicana rompa relaciones con China, a pesar de los beneficios económicos que esta relación ha traído al país. Desde la formalización de relaciones diplomáticas con la RPCH en 2018, la República Dominicana ha recibido una serie de inversiones y cooperación que han beneficiado sectores clave, desde infraestructura hasta tecnología. Sin embargo, las recientes visitas de figuras de alto nivel como Antony Blinken, secretario de Estado de EE. UU., han dejado un mensaje claro: Washington prefiere que Santo Domingo vuelva a alinearse con Taiwán.

La visita de Blinken a Haití, donde se anunció la donación de equipos tácticos de seguridad por parte de Taiwán a las fuerzas de seguridad haitianas, y la constante entrega de blindados por parte de Estados Unidos a la misión multinacional en Haití, envían una señal contundente: “Taiwán sí, la RPCH, no”. El contexto en que estos movimientos se producen no es coincidencia. La intromisión de Washington se siente también en las advertencias que realiza sobre la política interna dominicana, desde los derechos humanos hasta la lucha contra el narcotráfico.

Uno de los métodos más eficaces que ha utilizado Estados Unidos para controlar a sus aliados ha sido señalar supuestas deficiencias internas en áreas como el narcotráfico y los derechos humanos. En un reciente informe del Departamento de Estado, se incluyó a la República Dominicana como uno de los países con mayores niveles de tránsito y producción de drogas ilícitas. Este informe ignora, convenientemente, que el mayor consumidor de drogas en el mundo es precisamente Estados Unidos. Además, se coloca la lupa sobre República Dominicana en un intento por presionar al gobierno de Abinader, como si de alguna manera, la política exterior dominicana debiera estar en sintonía con los deseos del «gigante del norte» para solucionar estos problemas.

Otro caso emblemático de esta presión es el trato que se le da a la situación de los haitianos en el país. Desde el 2021, diversas figuras del Departamento de Estado han desfilado por República Dominicana para criticar las políticas migratorias del gobierno dominicano y señalar que el país tiene la población apátrida más grande del hemisferio occidental. Este ataque ignora el hecho de que, en la propia frontera sur de Estados Unidos, miles de haitianos son perseguidos y deportados en condiciones infrahumanas, lo que hace que la postura estadounidense sea de una hipocresía insostenible.

No solo en lo político, sino también en lo económico, se sienten las manos de Washington. Recientemente, el Banco Mundial emitió un informe en el que advierte que el crecimiento de la República Dominicana está llegando a su límite. Este tipo de anuncios no son accidentales, ya que preparan el terreno para una posible intervención financiera, mientras Estados Unidos busca moldear la política económica del país. En un contexto donde China ha ofrecido inversiones sin precedentes en sectores clave, como las telecomunicaciones y las energías renovables, esta advertencia parece más una estrategia para debilitar la cooperación con Pekín que una evaluación objetiva del estado económico dominicano.

La pregunta que muchos dominicanos se hacen es: ¿qué motiva a Abinader a arrodillarse tan abiertamente ante Estados Unidos? En el pasado, otros presidentes dominicanos también han cedido ante presiones extranjeras, como cuando Hipólito Mejía envió tropas a Irak en apoyo a la invasión liderada por Estados Unidos. Pero lo que se observa con Abinader es una entrega más profunda y constante.

Una teoría plausible es que el gobierno del PRM, al igual que muchos gobiernos latinoamericanos, ve en Estados Unidos un aliado indispensable para mantenerse en el poder. Al alinearse con los intereses estadounidenses, se asegura el respaldo económico y político que podría ser crucial en momentos de crisis interna. Sin embargo, este enfoque tiene un alto costo. Al convertirse en un peón en la estrategia geopolítica de Estados Unidos, la República Dominicana corre el riesgo de perder oportunidades clave de diversificación económica, como las que ofrece la RPCH.

La gran incógnita es si el gobierno de Abinader cederá completamente a las presiones de Estados Unidos y romperá relaciones con China. Los indicios actuales sugieren que la presión es implacable. La campaña mediática contra los productos chinos y los ataques a empresarios que han establecido vínculos comerciales con China son señales claras de que se está intentando empujar al país en esa dirección. Sin embargo, romper con China podría tener consecuencias devastadoras para la economía dominicana, que ha dependido de las inversiones y el comercio con ese país en los últimos años.

La sumisión del gobierno dominicano bajo la presidencia deLuis Abinader frente a Estados Unidos es un reflejo de una relación de dependencia que ha existido durante décadas. Pero esta vez, el costo podría ser más alto que nunca. La autonomía de la República Dominicana está en juego, y la pregunta que queda en el aire es si Abinader estará dispuesto a sacrificar el futuro económico y político del país por seguir siendo el “aliado incondicional” de Estados Unidos.

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