Buenos días. Los llamados y advertencias del presidente Abinader en la Asamblea General de la ONU, respecto a la amenaza que representa Haití para la seguridad y soberanía de República Dominicana, probablemente no encuentren el eco suficiente entre los actores participantes del evento para traducirse en soluciones. Tampoco el impacto capaz de provocar un cambio sustancial en el abordable que la comunidad internacional debe ofrecer al problema. La complejidad y profundidad de la crisis que padece Haití se usan más bien como retórica y en medio de la falta de compromisos serios, por parte de quienes sí tienen las soluciones a mano, repica la interrogante ¿qué hacemos con Haití? El director para Haití del Programa Mundial de Alimentos (PMA), Jean-Martin Bauer, revelaba hace poco que el hambre en esa empobrecida nación ha aumentado desde 2016 y que, en la actualidad, afecta a cinco millones de personas que padecen necesidades graves. Al aterrador cuadro se suman situaciones como la violencia generalizada, el fracaso de los servicios de salud, educación, el control que ejercen las bandas armadas y la ausencia de un Estado que imponga en orden en el país. Es una pena que, frente a semejante panorama, el mundo prefiera que Haití se desangre y que su gente se coma unos a otros. Nadie da el primer paso para crear las condiciones que permitan la prevalencia de un régimen político estable, equitativo, humano y que provea la convivencia pacífica y el derecho a una vida digna en Haití. Ante su sangre derramada por la violencia, su hambre, su miseria de siempre, campea la indiferencia de los parasitarios organismos internacionales. ¡Es cruel admitirlo!, pero Haití no importa ni a los responsables de su propia tragedia. Haití solo crece como satélite sin futuro y como amenaza peligrosa para los dominicanos. Ante la indiferencia campante, la interrogante es obligada: ¿Qué hacemos con Haití? Está claro que ante un panorama tan desolador, no bastan tropas militares…