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Reforma sin anestesia… Razonando

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Razonando

Alejandro Espinal

Por Alejandro Espinal

Recientemente, en las redes sociales ha cobrado viralidad la frase «qué difícil me la pusiste», pronunciada por un joven con autismo llamado Germán «Gualey», en contestación a cualquier pregunta complicada que le hagan. Esta expresión refleja de manera precisa la reacción generalizada de diversos sectores sociales y económicos ante la reforma fiscal que actualmente se encuentra en discusión en la Cámara de Diputados, impulsada por el Poder Ejecutivo.

Esta reforma es un mandato del Plan Estratégico Nacional de Desarrollo, que data de hace 12 años. Esto no está, ni debe estar, en debate. Sin embargo, lo que realmente se cuestiona es la forma tan drástica en que se presenta esta propuesta, como si fuera un avión de guerra con sus misiles debajo de sus alas

Se necesita una reforma integral con sentido de equidad en el pago de los tributos, pero no una acción para cobrar impuestos hasta por el aire que se respira, sin tomar en cuenta las precariedades del pueblo.

No hay una verdadera amortización para que sea menos dolorosa para los pobres. Además, es poco abarcadora.

La carga impositiva no debe recaer sobre la clase pobre y media; debe dirigirse hacia aquellos que realmente poseen más recursos. Imponer un impuesto del 18% a la mayoría de los productos de la canasta básica familiar podría condenar a muchas personas a caer nuevamente en la pobreza, e incluso llevar a otros a niveles por debajo de la línea de pobreza.

Ya veremos el locrio de salami o pica pica convertidos en platos gourmet. La sopa de «pico y pala» será afrodisíaca. Las fondas serán restaurantes de primera, hasta con alguna estrella Michelin.

Por otro lado, gravar con impuestos a pequeñas viviendas que el alza del dólar ha devaluado es hacer más difícil el déficit habitacional. Con la depreciación de nuestra moneda, cualquier ranchito de barrio cuesta cinco millones de pesos. Seremos millonarios sin dinero ni comida.

Para el gobierno, casi todo estará sujeto a impuestos. Esto resultará en más recursos, los cuales probablemente se destinarán a gastos caprichosos. De este modo, se podría observar la ironía de tener «vasinillas de oro para orinar sangre».

La democracia, a través de las elecciones, confiere poder al presidente y a un partido para dirigir la nación. Sin embargo, este poder no es un sello gomígrafo para endosar o validar todas las decisiones caprichosas que surjan de funcionarios y políticos acostumbrados al lujo y a los buenos vinos.

El lunes, el expresidente Leonel Fernández, líder de la oposición, junto con el Consejo Nacional de Empresas (Conep), solicitaron al gobierno abrir un espacio de diálogo para escuchar a todos los sectores que se verán afectados por esta reforma. Afortunadamente, ese mismo día, el presidente Luis Abinader abrió la puerta para que esta llamada «Reforma Fiscal Moderna» sea debatida y consensuada, garantizando que la carga no recaiga sobre los de menores recursos.

Ojalá que el espíritu del gobierno sea el de un pregonero de ropas o frutas, de nacionalidad haitiana, y comiencen a rebajar hasta llegar al punto del daño menor.

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