Buenos días. Ante los ojos del mundo y bajo la observación de representantes de más de 100 países de todos los continentes, Venezuela celebró ayer uno de sus procesos electorales más competidos y de masiva concurrencia popular. Lo que todos vieron fue una muestra extraordinaria de civismo ciudadano, de respeto oficial y de la autoridad electoral a que cada actor hiciera en libertad su campaña electoral y, contario a lo que maliciosamente se vendía al mundo, «la dictadura de Maduro»no cometió masacre, la sangre no tiñó las calles, no se cohibió a los opositores, no se vivieron escenas de represión en las abarrotadas colas que coparan los colegios electorales, los propios candidatos antes de iniciar el escrutinio de los votos reconocieron la madurez del pueblo, la transparencia y organización del proceso, varias naciones como Estados Unidos prometieron respetar los resultados fueren los que fueren, ¡pero los que volvieron a perder y algunos de sus amigos del exterior horas después hablan de fraude y de que NO reconocen los resultados emitidos por el consejo electoral! Es la retórica tradicional, la justificación inútil de una oposición política incapaz de ganarse la confianza entre sí misma y de guiar a los venezolanos a provocar el tipo de cambio del que hablan y repiten en sus medios de comunicacion locales e internacionales. Se repitió la incapacidad de una oposición atomizada, narigoneada por intereses foráneos y que, nueva vez, presentó ocho ofertas presidenciales que volvieron a fracasar. Se demostró otra vez que en el seno de esa oposición pesan más los intereses que cada quien representa y que el supuesto amor por Venezuela, es una máscara que no alcanza confundir a los venezolanos. Independientemente de lo amargo del trago de la derrota, de los intentos por cambiar los hechos, lo que tiene que imponerse es el respeto a la voluntad expresada en las urnas por los venezolanos. Y punto.
