Buenos días. Todos estamos conscientes de los daños irreversibles que el consumo de drogas narcóticas provoca al ser humano. De igual modo, de los traumas familiares y sociales que esa maldición ocasiona en un mundo inducido por quienes manejan tan poderoso negocio. Ahora, la Junta Internacional de Estupefacientes (JIFE), reunida en Viena, lanza la advertencia de que la producción de drogas acelera el cambio climático y destruye ecosistemas vulnerables, como la cuenca del Amazonas. Afirma que solo la sola fabricación de cocaína emite tanto CO2 como la circulación de casi dos millones de vehículos en todo un año. Y uno se pregunta si antes de que los diferentes tipos de drogas terminen convirtiendo al mundo en un campo de zombis y parásitos, no será posible que inventos políticos como OEA, la ONU, los congresos de legisladores, las Cumbres mundiales, DEA, la OTAN, en fin, los Estados y Gobiernos, se pongan de acuerdo para decretar cero tolerancias a escala planetaria contra ese criminal negocio. Resultaría muy eficaz disponer el fusilamiento en plazas públicas de quienes trafiquen, produzcan y consuman todo tipo de drogas narcóticas. Pero, ¿resistiría la economía capitalista semejante compromiso para salvar a la humanidad y al planeta?
