Buenos días. La Iglesia Católica cuenta con un nuevo papa. El cónclave cardenalicio cumplió en un breve tiempo su misión de seleccionar al sustituto de Francisco. Escogió a León XIV, el nuevo guía de esta la religión de mayor apoyo y poder en el mundo. Aguardar el paso de los días parece lo más aconsejable para comprobar y evaluar su manejo, el estilo que asumirá en comparación con el modelo de gestión preferido por su antecesor y la forma cómo abordará los viejos retos que enfrenta el catolicismo, ante la profunda y compleja situación por la que atraviesa, resultado inequívoco de escándalos de toda índole que minan su credibilidad y, sin duda, resquebrajan su imagen ante fieles y no fieles. El propio panorama que envuelve a la Iglesia, le obliga a esforzarse por fortalecer los esfuerzos de renovación impulsados por Francisco, le reta a enfrentar los propios demonios de la entidad, a superar sus debilidades estructurales que, en grandes proporciones, la mantienen apegada al atraso, a la poca decisión de colocarse al nivel de la sociedad de hoy donde convive otro tipo de ser humano, un objeto atrapado entre el consumismo excesivo, la conducta cada vez más deshumanizante, con una inclinación propicia a la corrupción-que no ha escatimado esfuerzos hasta en tocar el corazón del propio vaticano-, inclinada a adicciones malditas como las drogas narcóticas, cuya industria, el narcotráfico, se coloca en el ranking superior entre las perversidades que dañan a una familia cada vez más desintegrada y atrapada en la descomposición moral y social, que hoy tipifican a la sociedad modelo, a la sociedad del capitalismo salvaje. Hay que aguardar, abrigar la esperanza de que, al menos, el nuevo jerarca continuará y profundizará, si se lo permiten, la línea de quien, en definitiva, fue su mentor y palanca para ascender a las posiciones cumbres que desempeñara hasta el momento de su elección como Papa. Esperemos…