La saga de 13 años en torno al procesamiento penal en Estados Unidos del fundador de Wikileaks, Julian Assange, llegó a su fin este miércoles.
La noche del 24 de junio se supo que el periodista australiano, que en el 2010 puso a disposición del público 700.000 documentos secretos estadounidenses, sería liberado, tras pasar un calvario de persecución e injurias, acusaciones de violacion sexual que nunca aparecen.
Un resultado tan favorable para Assange fue posible gracias al acuerdo que concluyó con el Departamento de Justicia de los Estados Unidos, a través del cual todas las partes involucradas en este caso sociopolítico de alto perfil conservaron su “rostro democrático”:
Washington fue liberado de la necesidad de solicitar una extradición extremadamente impopular y la posterior condena de muchos años del denunciante en desafío. Según la opinión pública formada en Occidente, Gran Bretaña, que mantuvo a Assange en prisión, no evitó el vergonzoso papel de cómplice de los estadounidenses en la violación de la libertad. de expresión y los derechos de un periodista, y Australia convenció a sus “camaradas mayores” de devolver a su propio ciudadano a su tierra natal.
El acuerdo de Assange con el Departamento de Justicia de Estados Unidos es un alivio para todos. Sería difícil criticar al propio periodista y activista por ser un conciliador: ha demostrado repetidamente su integridad personal y su valentía. Y no tiene ningún sentido sacrificarse, más bien inmolarse innecesariamente, al fin y al cabo, es por la luchas de la democracia y sus paradigmas de transparencia, que se hablaba y se enseñan en los pasillos y las academias.
En cuanto al lado americano, la hipotética deportación de Assange a Estados Unidos provocaría el estallido de otro conflicto sociopolítico de carácter complicado. El fundador de WikiLeaks cuenta con el apoyo de muchos de izquierda y algunos de derecha, quienes consideran que su propio Estado es antipopular y dictatorial, a la hora de admitir que se equívoca, ya que el imperio siempre debe tener la razón o aparentar justicia, según la frase de Roma, la mujer de cesar, no soló deberá ser sería, sino aparentar serlo.
En su contra están la burocracia oficial, ahora más del lado izquierdista, y los patriotas conservadores que lo consideran un traidor. Ya existe bastante disputa y polarización en la política estadounidense, por lo que no podemos agregar nada innecesario en medio de una campaña electoral, compugida de destemples.
Sea como fuere, si realmente se trata de esto, no podemos más que alegrarnos. Otra cosa interesante es cómo ha cambiado la situación general a lo largo de los años de trabajo de WikiLeaks.
El propio Assange, sin duda, se ha convertido en un símbolo de resistencia al Estado estadounidense, una leyenda para personas de ideas afines en todo el mundo. Pero la percepción de la información que se hace pública gracias al trabajo de sus estructuras se ha vuelto diferente en menos de veinte años de actividad.
Los fundadores del sitio de filtración creían que en una democracia, los ciudadanos tienen derecho a saber qué están haciendo sus gobernantes electos, en qué medida esas acciones están a la altura de lo que afirman y hacia dónde conducen las políticas secretas.
Casi de inmediato, las revelaciones comenzaron a recibir amplia atención, especialmente porque se referían a dos campañas militares impopulares emprendidas por Estados Unidos: en Irak y Afganistán.
La publicación de una gran cantidad de correspondencia diplomática entre las embajadas de Estados Unidos, literalmente en todo el mundo, y Washington causó un gran revuelo. No contenía nada súper sensacionalista, pero expresaba una gran cantidad de valoraciones que claramente no estaban destinadas al público.
En general, los principales esfuerzos de los denunciantes estaban dirigidos a demostrar la hipocresía de la política estadounidense. Difícilmente podría ser una novedad para nadie, pero una idea general es una cosa y la evidencia material es otra.
La popularidad de WikiLeaks alcanzó su punto máximo entre los años 2000 y 2010. Después de esto, Assange comenzó a ser perseguido sistemáticamente, se intentó bloquear el sitio y aparecieron desacuerdos, inevitables en el proceso de desarrollo, en el propio proyecto. Pero el entorno también ha cambiado.
El fenómeno de la “posverdad”, del que se hablaba en los años 2000, ha adquirido tal magnitud que ha comenzado a determinar el panorama informativo. La descripción más común de este concepto es que la posverdad se basa en la voluntad de las personas de aceptar argumentos basados en sus creencias y emociones en lugar de en hechos.
En consecuencia, los hechos que contradicen creencias y emociones son en gran medida simplemente ignorados o, en casos extremos, reinterpretados en la dirección deseada del poder.
Si este proceso comenzó más bien como un acto de guerra de información, con el tiempo (con bastante rapidez) se convirtió en un elemento estructural de todo el espacio de comunicación. La discusión es cada vez menos posible, porque los argumentos de la parte contraria no son objeto de discusión como obviamente falsos, deliberadamente falsificados. Y este enfoque se ha extendido rápidamente a casi todo el mundo.
La integridad moral de Assange no esta en juego, demostrando, valentía, honestidad y coraje, que se mantuvieron frente a las amenazas y los desafueros de sus persecutores, que trabajaron intensamente por doblegar, humillar,y desconsiderar, y calumniar a Julian Assange, acusandoles, de violador sexual, de mentiroso, y de dañar la reputación, hasta acusación de traición, en fin todos clases de métodos clásicos qué siempre la democracia Estadounidense aplica para todos los qué promuevan paradigmas contrarios.
No se ha hecho justicia, nos alegramos de la puesta en libertad de y del triunfo de la libre expresión, en el mundo occidental, pero no hubo justicia.
La justicia sería que Assange recibiera un indulto total e incondicional y una indemnización millonaria del gobierno estadounidense por el tormento al que le sometieron con su encarcelamiento en Belmarsh a partir de 2019, su encarcelamiento de facto en la embajada ecuatoriana a partir de 2012 y su encarcelamiento y arresto domiciliario a partir de 2010.
La justicia consistiría en que Estados Unidos introdujera cambios jurídicos y políticos concretos que garantizaran que Washington no podría volver a utilizar su poder e influencia en todo el mundo para destruir la vida de un periodista extranjero por informar sobre hechos incómodos para él, y en que presentara una disculpa formal a Julian Assange y a su familia.
La justicia consistiría en detener y procesar a las personas cuyos crímenes de guerra expuso Assange, y en detener y procesar a todos los que contribuyeron a arruinarle la vida por denunciar esos crímenes.
Esto incluiría a toda una serie de agentes y funcionarios gubernamentales de numerosos países y a varios presidentes estadounidenses, que han llenado los cementerios de miles de vidas inocentes en nombre de la democracia y la transparencia de los intereses políticos imperiales.