Por Pedro Cruz Pérez

Por años, los santiagueros han soñado con una ciudad más moderna, con soluciones de transporte eficientes que faciliten la movilidad y el desarrollo económico. Sin embargo, la construcción del Monorriel, lejos de representar una transformación ordenada y bien planificada, se ha convertido en un caos cotidiano que pone a prueba la paciencia y la calidad de vida de los ciudadanos.
Quienes transitan por la ciudad de Santiago cada día se ven obligados a sortear un laberinto de calles cerradas, desvíos mal señalizados, polvo, ruido y una falta alarmante de planificación que hace de cualquier trayecto una odisea. La construcción de una obra de esta magnitud exige planificación rigurosa y la aplicación de medidas que mitiguen el impacto negativo en la población. Sin embargo, la realidad demuestra que la improvisación ha tomado el control del proyecto, afectando el comercio, la movilidad, la seguridad y hasta la salud de los santiagueros.
Las grandes obras de infraestructura deben ser ejecutadas bajo un esquema que priorice la seguridad vial, el acceso peatonal y la reducción de interrupciones en la vida cotidiana de la población. Sin embargo, la falta de señalización adecuada, el deficiente manejo de los escombros, la ausencia de planes de desvío efectivos y la negligente programación de los trabajos evidencian que en Santiago se está construyendo sin tomar en cuenta a quienes viven y trabajan en la ciudad.
Los pequeños y medianos comerciantes ubicados en las zonas afectadas han visto sus ingresos desplomarse por la reducción del acceso a sus negocios. La circulación vehicular es un desastre, sin información clara sobre rutas alternativas, lo que genera más embotellamientos, accidentes y pérdida de tiempo. En cuanto a los peatones, la situación es aún peor: caminar por la ciudad es una experiencia de riesgo, con aceras destruidas, calles llenas de zanjas y un ambiente hostil para cualquier persona con movilidad reducida.
Un problema clave en la ejecución del Monorriel es la falta de comunicación efectiva con la comunidad. No se han desarrollado canales de información accesibles para explicar a los ciudadanos las fases de la obra, los plazos de finalización o las medidas de mitigación implementadas. No hay transparencia en la gestión del proyecto, lo que genera incertidumbre y malestar en la población, que cada día enfrenta nuevos obstáculos sin saber hasta cuándo.
Además, los efectos ambientales de la obra no han sido minimizados. El aumento en la contaminación del aire debido al polvo y la maquinaria pesada afecta la salud de quienes residen cerca de las zonas de construcción. El ruido constante se ha convertido en una tortura para muchas familias.
Las autoridades responsables del proyecto deben rendir cuentas y garantizar que el Monorriel no se convierta en un símbolo de mala planificación y desgaste ciudadano. Se requiere una intervención urgente para corregir el rumbo de la construcción, implementando medidas efectivas para reducir el impacto negativo en la población.
Santiago de los Caballeros merece modernidad, pero no a costa de la tranquilidad y el bienestar de su gente. La ciudad no puede seguir atrapada en este laberinto diario sin una salida clara. La solución no es solo finalizar la obra, sino hacerla de manera responsable, eficiente y con el menor sacrificio posible para los ciudadanos.