Una obstrucción a la política constructiva en República Dominicana
En el panorama político de República Dominicana, no es raro encontrar dirigentes que han hecho del amiguismo su principal herramienta de poder. Estos individuos, a menudo respaldados por líderes de mayor jerarquía, no necesariamente cuentan con un liderazgo basado en su trabajo arduo ni en sus capacidades, sino en la lealtad a los círculos cerrados de poder.
A través de favores y relaciones personales, se aseguran un espacio en la política sin aportar ideas, sin transformar el pensamiento colectivo y, lo que es aún más dañino, sin considerar el verdadero bienestar de su gente.
Este tipo de liderazgo, que podría denominarse como “liderazgo del amiguismo”, se convierte en un obstáculo para el desarrollo genuino de la política y la democracia en nuestro país. La figura del dirigente que no trabaja, pero se dedica a obstaculizar a los que sí desean hacerlo, es cada vez más común.
Este tipo de líder actúa como un jefe absoluto, dictando instrucciones sin consultarlas, sin un diálogo profundo ni una evaluación de las propuestas de quienes se encuentran fuera de su círculo cercano. La política se convierte en una estructura jerárquica, donde el debate, la participación democrática y el trabajo en equipo son excluidos a favor de decisiones tomadas unilateralmente por unos pocos.
El principal problema con este tipo de liderazgo es su naturaleza excluyente. En lugar de fomentar la diversidad de pensamiento, la creatividad y la innovación dentro de sus partidos, estos dirigentes prefieren rodearse solo de aquellos que piensan como ellos, que aplauden sus decisiones y que no se atreven a cuestionarlos.
El pensamiento libre, las discusiones constructivas, los nuevos enfoques y las críticas se convierten en amenazas para su poder. El proceso de toma de decisiones es opaco, sin espacio para la consulta ni la deliberación, y, lo peor de todo, sin ninguna rendición de cuentas ante las bases del partido.
A este liderazgo excluyente se le suma la cultura del clientelismo y la lealtad ciega, que ha permeado a muchos partidos en la República Dominicana.Quienes se adhieren a esta estructura no están preocupados por el bienestar colectivo, sino por mantenerse en el poder a toda costa.
A menudo, se favorece a los amigos y conocidos, sin importar su capacidad o mérito, a expensas de aquellos que realmente desean aportar al progreso del país. Este círculo cerrado no solo obstaculiza el avance de las ideas frescas, sino que refuerza una cultura de corrupción y de dependencia personal que limita el desarrollo y la innovación política.
El liderazgo del amiguismo también fomenta la exclusión de ideas nuevas, el aplastamiento de la disidencia y la falta de renovación dentro de los partidos. Los políticos que aspiran a un cambio real y que buscan mejorar el sistema no encuentran espacio, no reciben apoyo y son sistemáticamente apartados. La concentración del poder en pocas manos crea un ambiente tóxico que no permite el crecimiento de un proyecto político genuino ni de nuevos liderazgos.
En este contexto, la población comienza a perder la confianza en los partidos tradicionales y sus dirigentes. La política se ve cada vez más como un espacio donde los intereses personales prevalecen sobre el bienestar común, y el desencanto crece entre los ciudadanos que ya no creen en el sistema ni en los actores políticos que lo representan. Es necesario cuestionarse si este tipo de liderazgo, basado en la exclusión y en la subordinación de todo aquel que no pertenezca al círculo íntimo, tiene algún futuro en una sociedad que anhela un cambio real.
La falta de democracia interna y la actitud autoritaria de algunos dirigentes no solo afectan al partido en cuestión, sino que también afectan a la nación en su conjunto. Un liderazgo que basa su poder en el amiguismo y en la manipulación de relaciones personales no tiene lugar en una democracia que debe ser inclusiva, participativa y renovadora.
Los partidos políticos deben ser espacios de debate, donde se favorezca la pluralidad, el intercambio de ideas y la creación de propuestas que beneficien a todos, no solo a un pequeño grupo de privilegiados.
Es urgente que los partidos dominicanos reflexionen sobre el modelo de liderazgo que están promoviendo. Es necesario que se abra espacio para nuevos liderazgos, para la participación activa de las bases, para el cuestionamiento constructivo y la consulta democrática.
Los líderes que verdaderamente desean el bien común deben anteponer los intereses del pueblo sobre los de unos pocos, trabajar de manera transparente y ser capaces de escuchar las necesidades de quienes les rodean. La política dominicana necesita evolucionar hacia un liderazgo más inclusivo, ético y comprometido con el verdadero bienestar de la nación.
Los partidos políticos dominicanos deben revisar y renovar su concepto de liderazgo. El amiguismo, la exclusión y la falta de democracia interna no tienen cabida en una política que aspire a representar genuinamente al pueblo. Solo a través de un liderazgo basado en la consulta, el trabajo conjunto y el respeto a las ideas de los demás se podrá construir un futuro político más sólido, justo y equitativo. La política debe ser un espacio para todos, no solo para unos pocos.