Por Ramón Morel
En la vida política dominicana, hay una práctica tan antigua como dañina: la compra de posiciones internas en los partidos políticos. Se trata de una distorsión que comienza en la base misma de la democracia partidaria, cuando un aspirante —más interesado en controlar que en servir— decide asegurar su triunfo no con propuestas ni liderazgo, sino con papeletas.
Esta realidad es más común de lo que muchos quieren admitir. Durante procesos internos, especialmente en partidos con estructuras grandes y militancia atomizada, no es raro ver cómo candidatos distribuyen dinero, pagan transporte, compran delegados y ofrecen prebendas a cambio de votos. El resultado inmediato suele ser el triunfo, pero la factura llega más temprano que tarde. Porque cuando se compra una posición, lo que realmente se está comprando es un espejismo de poder.
La militancia como negocio y no como compromiso
Cuando un dirigente llega a una presidencia de circunscripción, una secretaría general o cualquier otra posición interna del partido “aceitando” voluntades, está sembrando deslealtad desde el primer día. No hay verdadero respaldo, sino una red de personas que votaron por dinero, no por convicción. Y si llegaron así, no se les puede exigir trabajo voluntario, entrega ni sacrificio. ¿Por qué lo harían, si su voto fue una transacción y no una decisión política?
Esta corrupción de la militancia convierte la estructura partidaria en un mercado de favores. Quien más da, más controla. Quien no tiene recursos, aunque tenga ideas o liderazgo natural, queda fuera del juego. El partido pierde su esencia como escuela de democracia y se convierte en una empresa privada, donde se compran puestos como si fueran mercancía.
Las consecuencias son devastadoras
La primera víctima de esta lógica es el propio partido. Se debilita desde adentro, porque quienes llegan a las posiciones clave no lo hacen por méritos ni por capacidad organizativa, sino por chequera. Así se bloquea el relevo sano, se desmotiva a los cuadros comprometidos, y se reproduce una cultura donde el dinero vale más que la trayectoria.
En segundo lugar, esta práctica corrompe a la militancia. Muchos jóvenes y dirigentes de base que alguna vez creyeron en el trabajo político como vía de transformación, terminan adoptando la lógica del “¿cuánto hay pa’ mí?”. Y no se les puede culpar del todo: si quienes escalan en el partido son los que pagan, el mensaje es claro —el idealismo no paga renta.
En tercer lugar, quien compra un puesto debe luego «recuperar la inversión». Y aquí comienza la cadena de corrupción que va desde lo interno hasta lo público. Porque si se pagaron miles o millones para lograr una candidatura interna, luego se pagará aún más para alcanzar una candidatura oficial. Y si se logra llegar al Estado, lo primero será buscar contratos, nombramientos y privilegios que justifiquen la inversión. El círculo vicioso del clientelismo se completa.
La política pierde, la sociedad también
Lo más grave de todo es que esta forma de hacer política nos aleja de la construcción de una democracia real. Porque si desde lo interno del partido se juega sucio, ¿cómo esperar limpieza cuando se llega al poder nacional? Si se engaña a los propios compañeros, ¿qué le espera al pueblo?
Los partidos políticos deberían ser espacios de formación, de debate, de construcción colectiva. No casas de subasta. Y quienes aspiran a liderar desde dentro, deberían competir con ideas, con gestión, con entrega militante, no con sobres ni promesas vacías.
El camino hacia la dignidad partidaria
Recuperar la política como vocación requiere una ruptura con estas prácticas. Eso solo será posible cuando la militancia también se respete a sí misma y diga: “No vendo mi voto interno, porque con él vendo mi partido”. Pero también hace falta una dirigencia con valores, capaz de entender que una victoria comprada es una derrota ética.
Mientras sigamos premiando al que más paga en lugar del que mejor representa, los partidos estarán condenados a ser estructuras huecas, llenas de lealtades que duran lo que dura el dinero.
Es hora de cambiar. Y el cambio empieza por dentro.








