Buenos días. Las puertas del nuevo año apenas se abren. Aprovechar sus bríos, energía y fortaleza parece la receta más adecuada para colocar a la gente, al pueblo llano, a los que menos pueden y tienen, en el centro del accionar gubernamental y político de República Dominicana. Sería la más preciada y justa de las metas a seguir en los 365 días por delante, el mejor compromiso para empujar hacia un sendero real y objetivo, que al final permita medir y comparar lo que somos hoy en relación a lo que pudiéramos conseguir. Solo que para ello habría que plantearse la reformación del modelo de democracia representativa de que disponemos. Renunciar incluso a sus vicios y manipulaciones que la convierten en un sistema político incapaz de practicar y alcanzar soluciones que toquen a los que son más, de provocar beneficios que lleguen donde solo palabras, demagogias y mentiras, encuentran espacio. Eso haría impostergable una sincerización real del modelo y de sus actores, garantía que marcaría la diferencia entre lo que predica y ofrece la democracia en que vivimos. Aunque no es tema de agenda, es palpable que la que connocemos, no proporciona una auténtica y funcional representación del pueblo en las diferentes instancias del Estado, ni facilita mecanismos medibles de la supervisión, evaluación y efectividad de la supuesta representatividad popular. La democracia nuestra no solo se permite cargar al pueblo su elevado costo, sino que adolece de viejas debilidades que gravitan en la progresiva desmejora de la calidad de vida de las mayorías, en tanto no les provee ni garantiza beneficios tangibles en materia económica y social. Ella se devela incapaz de procurar una distribución equitativa de las enormes riquezas que produce el país y persiste en su indiferencia ante las desigualdades en todos los sentidos. Su esquema estructural favorece que reducidos sectores, que fungen como poderosos agentes económicos, concentren y manipulan no solo los beneficios de una economía en sostenido crecimiento, sino la dinámica de precios en su mercado interno. El nuevo año pudiera ser la mejor excusa para avanzar en la misión de superar esos viejos y fatídicos lastres.