Buenos días. Solos ciertos ilusos se forjaron ilusiones de que en Haití se alcanzaría una normalidad relativa, a partir del desplazamiento de la fuerza de tarea keniana llevada allí bajo el amparo de la ONU. Se pudiera admitir que, muy mínimamente, los 400 soldados lograron avances muy pírricos en la capital haitiana, pero sin colocarse jamás a la altura de las bandas criminales que siguen con el control del 85 por ciento del territorio nacional. Lo poco que pudieron haber obtenido en ese terreno, quedó trunco tras la destitución hace unas semanas del Primer Ministro Garry Conille, a quien el Consejo Presidencial de Transición (CPT) reemplazó abruptamente por Alix Didier Fils-Aimé. El cambio político, que se atribuye a manipulaciones impulsadas por intereses foráneos, abonó el recrudecimiento de la violencia que, en apenas una semana, se ha cobrado 150 víctimas y provocado el desplazamiento forzoso de casi 10 mil familias. El convulsionado e inseguro Haití registra más de 4 mil 500 muertes en lo que va del 2024 y una de sus notas más alarmante, la escribe el hecho de que, en comparación con 2023, el reclutamiento de niños por parte de las pandillas ha crecido en más de un 70 por ciento. La situación de incertidumbre, inseguridad, violencia, miseria agravada y falta total de autoridad, reafirman a la vecina nación como un total e irremediable fracaso, con el agravante de que el territorio dominicano no registra por ahora la seguridad suficiente y convincente de que pudiera sobrevenir ante fuertes y descontroladas estampidas de haitianos enardecidos. Una peligrosa posibilidad que no resulta sabio descartar. El cuadro sencillamente alcanza lo aterrador.