Mojiganguiando el sábado
Por Alejandro Espinal
Nadie duda de que me refiero a los motoristas que el periódico Listín Diario calificó en su editorial del jueves como «la epidemia mortal de dos ruedas».
No sirve de nada recordarles que su cuerpo es la carrocería. Tampoco les hace gracia que les digan en términos de broma que el nombre de «motoristas» significa «muerto en cualquier momento».
A lo largo de los años, han muerto tantas personas a causa de estas motocicletas en nuestro país, que la gente, en tono de broma, dice que esa «es la venganza de América de los japoneses por la bomba atómica de la Segunda Guerra Mundial». La nación asiática es el mayor fabricante de este tipo de transporte.
Las emergencias de los hospitales están llenas de estos conductores de motocicletas, lo que hace que casi el sesenta por ciento del presupuesto del Sistema Nacional de Salud se gaste en este tipo de pacientes.
Según el Centro de Operaciones de Emergencias (COE), en Navidad y Fin de Año, nueve de cada diez fallecidos por accidentes están relacionados con estos vehículos.
¿Es necesario prohibir el tránsito de motocicletas para evitar accidentes y muertes? No, de ninguna manera, porque en el país hay libertad de tránsito. Además, son el medio de transporte más barato para las personas de bajos ingresos, especialmente considerando que el transporte público es muy deficiente.
+ Otros «patitos feos» fueron los denominados «teteos», que provocaron varios incidentes. También se debe mencionar a la policía, que descuidó la seguridad de los ciudadanos al estar distraída con bocinas.
+ ¿Qué es un influencer en las redes sociales?
Una respuesta simple sería: una persona dispuesta a hacer de todo para que la tomen en cuenta y lo hagan viral. Un ejemplo es la joven Mirian Cruz, que supuestamente «perdió» su matrimonio de diez años por besar al famoso bachatero Romeo Santos en un concierto.
+ Cuentecito:
Los cubanos tienen fama de exagerar todo. Para ellos, siempre es mejor, más elegante, etcétera. Uno de estos exiliados en Miami abrió una cafetería, donde la mercancía principal eran sándwiches de todo tipo de carnes y quesos. El letrero frontal decía: «Se venden sándwiches de todo tipo». Un compatriota en el exilio imaginó que eso no era posible, así que entró al negocio y pidió un sándwich de oreja de elefante cazado en el sur de África. Inmediatamente, el dueño le respondió: «Oye chico, ese no te lo puedo hacer». El cliente le replicó: «Yo sabía que no lo tenías, porque ¿cómo vas a conseguir las orejas de ese animal?» El dueño no perdió tiempo y contestó: «No chico, las orejas las tenemos, pero se nos acabó el pan».
